lunes, 3 de mayo de 2010

Real Madrid - Osasuna 3-2

Feliz ignorancia la de los niños, y más con el sistema educativo actual.

Entiendo que un niño de unos cinco años no tiene porque conocer la Ley de la Gravedad.

Menos aún ha de saber quién era Isaac Newton. Hasta ahí todos de acuerdo.

Pero digo yo que el bendito de su padre que lo lleva al fútbol algo de ello sí debería barruntar.
Y es de ley que si ve a su vástago tirar cáscaras de pipas, no le han de faltar muchas luces para dilucidar que los dichosos desperdicios van a acabar pringando a los sufridos espectadores que nos situamos bajo el infante artillero.

Tampoco es incomprensible que si uno, harto del bombardeo intensivo, decide iniciar una contraofensiva y ve que el compañero de asiento está comiendo pipas, le pida algunas.

Las nociones de física del que esto suscribe no llegan ni a lo básico, que canutas las pasó en el BUP, y de las únicas parábolas que entiende algo son de las bíblicas, así que el que una de las cáscaras lanzadas como réplica y sin mirar, impacte en los labios del pequeñuelo sólo puede deberse a la más pura casualidad.

Que el niño escupa la cáscara intrusa es de lo más normal e instintivo, cualquiera haríamos eso.
Que el escupitajo aterrice en la coronilla de mi compañero de grada vuelve a recaer en la casualidad.

Que el rebautizado se yerga, vocifere, amenace y amague con sacudir al padre de la criatura ya sobresale de lo normal y cotidiano.

Que se monte el consecuente revuelo, amenazas variadas, empujones, agarrones, insultos, etc. no se puede decir que sea de lo más habitual.

Afortunadamente se impuso la cordura, todo quisqui se pidió perdón, el niño se llevó un bofetón paterno (yo no porque mi padre no estaba por allí) y las aguas volvieron a su cauce, sobre todo cuando llegó el tercer gol del Madrid.

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